1La superación de la mitología forjada por las historiografías nacionalistas es, sorprendentemente aún a principios del siglo XXI,  una de las necesidades  que se imponen a la hora de comprender la evolución del pasado más allá de deformaciones esencialistas o finalistas. El libro de Erika Pani es buen ejemplo, el propio título un carácter de manifiesto que es recogido repetidas veces en la obra; el Segundo Imperio fue un fenómeno mexicano que se solapó con una intervención extranjera; ambos elementos eran complementarios aunque en ocasiones fueran contradictorios. Frente a la imagen construida por los vencedores, y reproducida por la historiografía pedagógica nacional, la guerra contra Maximiliano fue en una parte muy significativa una guerra civil, o, mejor dicho, la continuación y el final de un conflicto que se prolongaba desde hacía tiempo, pero por unos medios que incluían la llamada a un poderoso aliado externo.

2Afortunadamente este libro no cae en la tentación de revisar las afirmaciones canónicas desde su oposición. No hay rehabilitación de los personajes estudiados, dado que el problema del historiador no es el de hacer una estadística de moralidad, sino un intento de comprender sus opciones políticas desde su entorno cultural. Éste es el verdadero protagonista del libro. Para su estudio Erika Pani no sólo analiza los avatares y las corrientes tanto de los conservadores, como de los diversos grupos autodefinidos como liberales, sino que amplia ese estudio a la percepción que desde el ámbito mexicano se tuvo de la evolución histórica de los dos posibles modelos en los que la elite política buscaría los referentes de actuación. Descartada la caduca monarquía española de Isabel II, el ejemplo a seguir sería el Imperio del pequeño Napoleón. En su deseo por construir una administración pública que asegurara el orden social, el acuerdo con la Iglesia y la prosperidad económica el Segunda Imperio era el ejemplo evidente. Esto explica cómo diversas sensibilidades conservadoras e incluso liberales se vieron tentadas ante la posibilidad monárquica, sobre todo ante el marasmo que supuso la década de 1850 y la guerra de la Reforma. Frente al desorden y a una polítización que juzgaban como excesiva y opuesta en la práctica al progreso y la paz social, la solución administrativista autoritaria, pero supuestamente paternalista, encarnada en Maximiliano, terminó por parecer la más adecuada.

3La urgencia de construir un Estado y la posibilidad de hacerlo gracias a la autoridad moral del emperador y, sobre todo, a los fusiles franceses, fue el punto de encuentro de diversas sensibilidades. Una de las grandes virtudes de este libro es analizar estas diversas corrientes para comprender los elementos centrífugos y centrípetos del movimiento imperial. Una pluralidad que explica la actuación diversa y en ocasiones contradictoria de los ministros del emperador. Partidarios en general de una modernización administrativa, en muchas ocasiones su diversa procedencia se tradujo en una comprensión contradictoria de estos términos.

4Este libro se inscribe dentro de la historia cultural de lo político y utiliza de manera adecuada tanto esta metodología como la de la historia de los conceptos. Esto hace que las aportaciones de Erika Pani abran caminos que se deberá confrontar más adelante. Mexicanizar el Segundo Imperio pasará por comprender cómo era entendido, asumido o rechazado este ideal administrivista coronado no sólo por las elites parlamentarias o lectoras de periódicos, sino por los pequeños y medianos propietarios, los curas y frailes, los campesinos. Una historia social amplia de la percepción diferencial de estos conceptos permitirá comprender hasta qué punto permeó en la sociedad mexicana este proyecto político. Pero ese conocimiento sólo será posible gracias a trabajos pioneros de la calidad y el interés del aquí reseñado.