Del Sonora al Titicaca:
retratos, gestos y objetos
Campesinos con su traje tradicional, Justo Sierra
Al amor del fuego, La Ilusión
Pueblo tojolabale, La Ilusión
Familia tojolabale, Tabasco
En el huipil, Gabino Vázquez
Anciana tojolabale, La Libertad
Pareja y su bebé, Gabino Vázquez
Pareja y su bebé, La Libertad
Pareja de campesinos, Gabino Vázquez
Anciana tojolabale, Guadalupe Chiquito
Mujer y su bebé, La Libertad
Tarea de la leña, La Ilusión
Abuela, La Ilusión
Buenavista Pachan
Paisage, La Ilusión
Una familia de cepillos de dientes, Oventic
Cepillo y escoba, Oventic
Joven pareja tzotzile, Oventic
Joven mujer tzotzile, Oventic
Niña tzotzile, Oventic
Traje tradicional tzotzile, Oventic
Los chiapanecos viven la paradoja habitual de padecer miseria en una región rica: Chiapas produce un 55% de la electricidad del país y contribuye generosamente a la exportación de sus hidrocarburos y su café. En las casas de madera adobada suelen vivir hasta diez personas: pieza única, suelo de tierra, techo de chapa o paja y una caja de madera llena de tierra que vale mesa y hogar; algunos cacharros de cocina, un cubo para hervir el agua; tazas esmaltadas boca abajo en una horca de madera; una o dos estanterías y a veces una cama. Afuera, el campo se aprovecha lo mejor posible, maíz por aquí, café y pradera por allá, algunas vacas. En torno a las casas, un cercado impide que cerdos y gallinas se fuguen y protege la huerta cultivada por las mujeres. Para las faenas, un arado de madera y hierro, una azada, palas planas de formas cóncavas y siempre a cargar la madera, un círculo de mimbre trenzado atornillado al frente para colocarla cerca del hogar. Escasos son los hombres que llevan la blusa tradicional, el sombrero con correas, huaraches y morraleta. Las mujeres que van poco a la ciudad no hablan español y siguen tejiendo y bordando su ropa.
Durante mucho tiempo, el patrón de los peones endeudados (acasillados), sólo dejaba margen de maniobra a unos campesinos alejados de las fincas (los baldíos), a cambio de una pesada faena gratuita. Los hombres menos sometidos cultivaron pues tierras más cerca de la selva. La reforma agraria de los años sesenta suprimió las fincas, que sólo desaparecieron del todo después de la insurrección de 1994. El Ejido, propiedad de las comunidades dispone de una organización colectiva del trabajo y del ejercicio de la democracia directa, basándose hoy en día en una amplia autonomía. Pero la instalación de compañías hidroeléctricas, mineras o forestales, instauró otras formas de competición por la tierra.
Fuerte presión, nuevas fracturas: citaremos tan sólo los conflictos propios de la comunidad católica y los existentes entre ésta y las distintas corrientes protestantes; las rivalidades entre agricultores y ganaderos; las confrontaciones violentas entre partidarios del Ejido clásico y quienes apoyan el retorno a la venta de tierras. Entre 1998 y 2008, cada una de las visitas de la Comisión por los Derechos Humanos, realizadas bajo el patrocinio de la ONU, elaboró la lista precisa de exacciones y violencias inauditas que tuvieron lugar en la región. Resulta que aquella tierra de misión, en que Las Casas excomulgaba ayer a los propietarios que maltrataban a los Indios, se ha convertido hoy en día en nueva tierra de Utopía: la de un puñado de campesinos pobres que luchan por su supervivencia y la de las creaciones literarias de un guerrillero pacifista, el viejo Antonio y el escarabajo don Durito, entre leyendas mayas y tradiciones populares, la de la fe en un mundo mejor.
Campesinos sin pasamontaña
Como se sabe, el 1ero de enero de 1994, para celebrar a su manera el Acuerdo de libre comercio norteamericano, las tropas armadas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional ocuparon durante 24 horas las ciudades de San Cristóbal de las Casas, Ocosingo, Las Margaritas y Comitán, en el centro y el este de Chiapas, mientras que numerosos campesinos se apoderaban de las tierras de grandes propietarios. El muy mediatizado subcomandante Marcos explicó que los pasamontañas, que garantizaban la seguridad de esos hombres, eran el símbolo de un pueblo sin rostro, el de los indios campesinos de las alturas del Estado. Algunos meses más tarde, y durante un año, en pleno período de represión, Michel Roget recorría la región comprendida entre esas ciudades y Guadalupe Tepeyac, para descubrir los rostros del movimiento: los Tojolabales (35 000 individuos) en la zona de mediana altura, templada y húmeda, de Altamirano y Las Margaritas; y los Tzotziles (más numerosos) en las tierras frías del norte de San Cristóbal.